Un ejemplo de icono

Esta divinidad se convirtió en la primera riqueza folclórica del Gran Tolima.

El Mohán (también llamado Poira), es la principal figura de  las leyendas mitológicas de las poblaciones ubicadas a la orilla del Río de la gran Magdalena. Los nativos y aborígenes le conocían como ‘El Tigre Mono’.

Este es la deidad más importante en la región del Tolima Grande (Tolima, Huila, Caquetá), contaban los abuelos que es un personaje con apariencia humana pero aterradora por su aspecto monstruoso, con harapos llenos de musgo, su monumental cuerpo está cubierto por un abundante pelaje, es de manos gigantescas con uñas como garras, con las que fácilmente despellejaría un venado en un segundo, de su cabeza cae una abundante cabellera amarilla, como si el sol la protegiera; de su mirada aseguran los ancestros tolimenses, que es de ojos rojizos, brillantes, de donde sale un fuego aterrador y paralizante, su rostro es fuerte, de tez quemada por los rayos solares, de aspecto miedoso. Los que lo han visto aseguran que tiene boca grande, dientes en oro, y aliento a azufre.

Según los ancestros tolimenses que aseguran haberlo visto o haber escuchado de esta deidad, el Mohán es un hombre hipnotizador, enamoradizo, excelente músico, interpreta la flauta, tiple y la guitarra; es un gran jugador, nadie le gana cuando se sienta a compartir los juegos de azar con los campesinos rivereños, a orillas de los ríos del Tolima Grande. Cuando se enamoraba, se llevaba a la mujer más bella de la región, en medio de fuertes risotadas que producen terror y pese a los llamados de las doncellas con gritos, nadie podía hacer nada.

Contaba Secundina Monroy Gualtero, ‘La Vieja Satu’: “Una vez estábamos bañándonos con mi hermana, la gemela, cuando vimos como el agua del río se empezó a subir, a crecer y hasta se puso como caliente, nosotras éramos muy niñas, teníamos por ahí ocho años, cuando salió como un chorro de agua de la mitad del río y lo vimos ahí parado mirándonos, era muy grande, el sol nos encandelillaba cuando lo mirábamos, porque le pegaba en la cabellera mona; del susto, nos cogimos de la mano y corrimos para la casa”.

Muchos expertos en mitología relatan historias de las hazañas y también de los artificios que utiliza el Mohán para llevarse a las jóvenes hasta sus aposentos, para convertirlas en sus mujeres; dicen que allí solo hay lujos, todo es en oro y piedras preciosas, aunque nadie da su ubicación real. Otros aseguran que son varios los sitios donde El Mohán puede habitar, como en las montañas, peñascos, playas de los ríos, rocas cercanas a quebradas, lagunas y ríos colombianos.

“Cuando llegamos a la casa, mi mamá nos preguntó que por qué veníamos así, asustadas y pálidas, que si habíamos visto al ‘Patas’, y como tartamudas por el miedo le dijimos lo que nos había pasado; ella inmediatamente tomó su camándula, comenzó a rezar el Santo Rosario, abrazada con nosotras, porque el Mohán se lleva a las mujeres más bonitas y nadie las vuelve a ver”, relató la abuela.

En la tierra tolimense, para algunos es una divinidad acuática, para otros es un espíritu maléfico que causa muchos daños imperdonables, por esta razón en algunas regiones lo conocen como el ‘Muán’ de los infiernos. Otros más supersticiosos aseguran que las  inundaciones, terremotos, pestes para la región, son motivadas por la deidad cuando se encuentra aburrido.

Los abuelos que habitan el sur tolimense cuentan un sinnúmero de historias que involucran a El Mohán; dicen que lo observaban constantemente en las quebradas, moyas y lagunas de Natagaima, Prado y Coyaima. También hacia sus apariciones en las riberas de los ríos Patá y Saldaña; otros canosos aseguran haberlo visto por el sector de Hilarco, en límite con Purificación, además del Espinal.

Bernardo Sánchez, El ‘Maestro Berna’, un hombre oriundo de Aipe, (Huila), antes de llegar a su centenar de años, contaba sus historias mitológicas: “Mi abuela me decía que ella lo había visto cuando iba a lavar al rio, que era un hombre grande ‘Mono’,  y que le decían que si lo veía corriera porque era andariego, aventurero, travieso, brujo, y hasta libertino”.

El maestro Berna, quien pasó su vida, en medio de suelas, tacones, tachuelas y puntillas, tenía una memoria prodigiosa y contaba las historias del Tolima Grande, unas vividas, otras escuchadas, y otras quizás serían hasta inventadas, pero se le creía todo lo que relataba. Decía el Abuelo: “a El Mohán, le gustaba jugar con los pescadores, les hacía hundir sus canoas, también les hacía perder las mejores pescas, le robaba las carnadas, también les enredaba los anzuelos y las redes; pero si se hacían amigos del ‘Mono’ también les ayudaba; unos buenos tabacos dejados a la orilla del río, para que el dueño de las aguas les ayude con la pesca, sirve bastante”.

Inmediatamente y luego de persignarse interpela doña Saturia: “El Mohán también castiga a los hombres que no van a la santa misa cada domingo, y a los que trabajan durante el día que es consagrado para alabar a Dios. Mi mamá contaba que vive a la orilla del rio, en una caverna, es como si fuera un palacio, está lleno de piedras preciosas y oro, muchos mineros se han perdido tras salir a buscar tales tesoros, y otros aventureros que se arriesgaban a rescatar a las bellas doncellas que el Mohán tenía como sus esposas, con quienes jugaba y sacaba a la playa en noches de luna, también se perdieron”.

Bernardo Sánchez, agrega al relato de doña Saturia: “Él es vanidoso, se la pasa  fumando tabaco, peinándose su larga y mona cabellera, mientras cuida sus predios y sus tesoros”.

En el norte tolimense algunos investigadores de la mitología colombiana aseguran que moradores de Guataquicito y Honda tienen una imagen diferente del rey de las aguas, que allí lo han visto como un hombre de baja estatura, muy amigable, charlatán, enamoradizo, de ojos encantadores y que salía al centro a hacer mercado y también en las noches calurosas rumbeaba y tomaba trago en las cantinas de los pueblos rivereños; al amanecer salía hacia su morada sin que nadie se percatara de su destino.

También son enfáticos al afirmar que los han visto charlando con los bogas, tocando tiple, cantando, fumando tabaco, y arreglando atarrayas, en Arrancaplumas, Chimbimbe, Mojabobos, Bocas de Río Recio, Caracolí, Méndez y Guamo. Algunos pescadores afirman que lo han visto en noches de tempestad, pescando y riendo a carcajadas, incluso aseguran que les ayuda con la pesca.

En toda la mitología colombiana y en estudios realizados con habitantes de las riveras de los ríos del país, aseguran que también existe ‘La Mohana’, quien al parecer es una bella mujer de cabellera mona hasta la parte baja de la espalda, con grandes atributos físicos. Ella no hace travesuras, no es feroz, lo único que hace es llevar a los hombres bien parecidos y musculosos para convertirlos en sus esposos, en una cueva tenebrosa de donde nunca pueden salir. Esta bella mujer sería una deidad independiente al Mohán y no sería su esposa.